Ahora los cielos están más abajo de lo normal, hay agujeros en sus telas raídas que cuelgan desde algunos puntos. Una enorme herida lo cruza de oriente a poniente. Hay muy pocos que recuerdan la uña enorme que un día apareció tras el azul y rasgó de lado a lado la piel del cielo, desatando la hemorragia que bañó la ciudad antes de la catástrofe. Antes que las hordas bajaran envueltas en un mar de voces que parecían mil ríos torrentosos desbordándose por los cuatro costados del mundo. Todos los que miraron a los ojos el resplandor inicial fueron reducidos a cenizas en el aire con un ruido cristalino y un número apenas perceptible formado por cenizas más oscuras.
El DOGMA es nuestra esperanza. Durante las primeras semanas de aniquilación, de ríos de sangre y podredumbre, ciudades hundiéndose y olas levantándose como montañas contra las costas de nuestra gente, algunos de nosotros, seminaristas, jesuitas, mercedarios, creyentes, nos encerramos en lugares alejados a estudiar las escrituras, a llorar abrazados, a rezar y tratar de entender por qué los pilares del mundo se derrumbaban sobre nosotros con tanto estruendo.
No estamos de acuerdo.
Dos imágenes nos guían: la primera es la visión que tuvo uno de nuestros teólogos del DOGMA durante un trance en alucinógenos. Al momento de levantar la hostia sobre su cabeza, los tiros de las M-16 lanzados al aire para celebrar la eucaristía hicieron estallar los cristales de mescalina en el cerebro del párroco como si todos los ventanales de la catedral explotaran hacia su interior en mil colores y formas geométricas obscenas. En ese momento lo supo. La Hostia era el planeta Tierra, con todo lo que ello implicaba en términos prácticos y simbólicos. Alguien llevaba adelante una misa descomunal y la Tierra era la hostia. Huyó despavorido entre los feligreses y los animales para el sacrificio. Se abrazó a una imagen de la virgen del rosario y contó lo que ahora sabía. “Las almas abandonan el cuerpo cuando mueren”, dijo entre susurros. “Puedo verlas intentando regresar a los cádaveres, intentando aferrarse a sus propios restos despedazados. Las veo incapaces de moverse, desesperadas tratando de impulsarse en alguna dirección, incapaces de agarrarse de nada, completamente inamateriales, inertes, flotantes, sordas e incapaces incluso de ningún grito o lamento. Las veo descubrir con horror que efectivamente se mueven, pero que es el planeta el que se desplaza. Es el planeta el que se aleja, ellos incapaces de aferrarse a ningún árbol o construcción. Veo el incesante reguero de almas que el planeta Tierra va dejando atrás en su desplazamiento por el cosmos. Vi a mi hermano en medio de la nada, mirando al planeta alejarse para siempre dejándolo en la soledad más honda, en medio de un océano negro e impenetrable, aullando en la más absoluta oscuridad.
La eternidad está llena de desolación y desesperanza, hermanos. Llena de terror congelado, eterno”.
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